Polvorones americanos

«Obama sin teleprompter es menos Obama«, resume un amigo, analista político, para explicar una de las razones del fiasco de su primer debate electoral contra Romney. Puede ser verdad. Al presidente norteamericano se le veía perdido, apático, como un Sansón recién pelado frente a su contrincante, sorpresivamente dinánimo y despierto. La cabeza baja, demasiado pendiente de los papeles preparados por sus asesores, quizá con la mente en otra parte. El día después, queriendo arreglar tarde y mal los errores de estrategia cometidos, el candidato demócrata dijo que su vecino de estrado «no era el verdadero Mitt Romney». Cierto. Tanto como que, en la tribuna opuesta, tampoco parecía estar el verdadero Obama, autor (o al menos talentoso intérprete) de alguno de los discursos políticos más recordados de la reciente historia norteamericana.

Sus enemigos lo llaman desde hace tiempo ‘teleprompter president’. Aquí somos un poco más llanotes y hablamos de políticos polvorón: si les quitas el papel, se desmoronan. Obama lleva cuatro años sin despegarse del aparatito, que le permite hilar parrafadas increíbles sin ni siquiera pestañear. Pero esa dependencia ha podido hacer que sus músculos dialécticos se ablanden. Y se notó en el debate, donde se le veía algo fofo, sin reflejos.

En nuestro país el uso de esta tecnología todavía está muy poco extendida. Salvo alguna ocasión especial como los mensajes televisados de fin de año, o Esperanza Aguirre en la Asamblea de Madrid, el cacharrito -también llamado autocue– apenas sale de los telediarios.

Personalmente, no estoy en contra de su uso. Sobre todo si la alternativa es que nuestros representantes públicos suban y bajen de la tribuna sin levantar ni una vez la nariz de sus apuntes, como se ve por desgracia con frecuencia entre muchos parlamentarios y más de un ministro. Leer en una pantalla permite mantener el contacto con el oyente, favorece la empatía y la conexión con la audiencia. Pero, como todo, hay que utilizarlo con prudencia y mesura. Ya hay caso de políticos a los que se les ha pillado tirando de esta chuleta para decir el «sí, juro» de su toma de posesión. Y muchos que no son capaces de reaccionar cuando el sistema falla. Le pasó al presidente electo de México, Enrique Peña Nieto, en esta entrevista con la CNN, en la que hace extrañísimas (y eternas) pausas en medio de sus respuestas, ante un presentador atónito.

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A Obama le ha hecho ya varias jugarretas, y ya circulan elaboradas parodias al respecto. En este mítin lo vemos pedir ayuda a su equipo con gestos nada sutiles tras fallar el aparato, incapaz de continuar su discurso sobre la reforma sanitaria.

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Los republicanos no han dudado en aprovechar estos traspiés para burlarse del presidente, pero su candidato, famoso ya por sus patinazos verbales, tampoco se ha librado de algún accidente. En esta intervención ante la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP), Romney utiliza una famosa reflexión de Martin Luther King. Al terminar, y con la misma solemnidad, declama: «end of quote» (fin de la cita).

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Pero no culpemos de estos fallos a la tecnología. La mayoría de las veces son, escrictamente, errores humanos. Cuando el político no tiene claro su mensaje, no se para un minuto a pensar en lo que va a decir y tira de papelito, la imagen que traslada al público es de flojera, falta de discurso propio, o ambas cosas. Da igual que la nota en cuestión sea impresa o en pantalla. Y si no, basta recordar a Rajoy y los problemas con su propia letra.

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Por supuesto, que Obama no tuviera su querido teleprompter no es el único motivo por el que Romney ganó esta primera batalla televisiva. Ha sido determinante la decisión estratégica del equipo de campaña demócrata de no emplear alguna de las armas más obvias contra el republicano: su famoso desprecio por el 47% de sus compatriotas, lo poquísimo que paga de impuestos, su tenebroso historial como tiburón de las finanzas. ¿Se lo guarda Obama para el segundo debate, previsto en Nueva York para el día 16? Posiblemente, pero está por ver si ha sido un acierto. Algunos corredores reservan sus energías para la última vuelta y les funciona. Nada más cinematográfico que un KO en el último round. Pero es una apuesta, y, como tal, también puede perderse.

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